EL CODIGO DE LLOC
El apacible pueblo amaneció gris como nunca y lleno de intrigas como siempre. En San Pedro de Lloc, donde aún se conserva el abolengo de la antigua nobleza, el chisme es un placer, es parte de la cultura popular, todos aman el runrún, siempre tienen una historia para contarte y si no la tienen, como si nada la inventan. Ese día corría un viento repentino que llevaba consigo el rumor de que habían robado “El Código de Lloc”, una obra preciada de incalculable valor que se encontraba en custodia de la antigua Iglesia Matriz de la ciudad. Pocos saben que este manuscrito histórico que data del siglo XV encierra entre sus polvorientos textos el misterioso destino de los tesoros pre incas del Cacique de Lloc, el joven monarca del milenario reino sampedrano. La obra consta de tres tomos encuadernados con acabados de filigrana muy bien conservados, con manuscritos codificados en latín, una cantidad impresionante de ilustraciones y mapas obsesivamente detallados que lo convierten en un documento único y que misteriosamente muy pocos conocen de su existencia, pero que debería ser una exigencia de conocimiento para todo sampedrano.
Lo insólito es que precisamente y gracias al desconocimiento de los propios ciudadanos, este enigmático manuscrito se ha mantenido oculto por siglos en la oscuridad de un ambiente secreto ubicado en la vieja capilla de adobe construida por los jesuitas en el siglo XV sobre el mismo lugar donde tres siglos después en la época colonial se edificara la actual Iglesia Matriz. Según narran los entendidos, con el paso de los años, esta obra quedó almacenada junto a varias reliquias, lienzos de la época y valiosas ofrendas religiosas, sin saber el real e inmenso valor que poseía. Es increíble, pero casi siempre fueron vistos como viejos libros empolvados que nadie entendía porque estaban allí ni para que servían y mucho menos lo que atesoraba en sus páginas. El autor de “El Código de Lloc” fue el cronista y aventurero español Diego Fernández de Palencia que sirvió al ejército real y que durante una larga estancia en las comarcas del norte recogió los testimonios de los indígenas lugareños que conocían la existencia del tesoro escondido.
En el relato casi mágico de las crónicas de Diego Fernández recientemente traducidas al español, el joven cacique gobernador de los antiguos dominios sampedranos diseñó pequeñas fortalezas y criptas subterráneas para esconder los tesoros de su reino en cuatro cavernas estratégicas del valle, marcados por los cerros de Cupisnique, Cañoncillo, Pitura y Puémape. Al pié de cada uno de estos lugares se construyeron los misteriosos escondites con muros de adobe y troncos de algarrobo, simulando ser templos de adoración y culto a Pakatnamú, bajo el amparo de los apus. Sin embargo, (y aquí viene lo interesante) según el mismo cronista, a la llegada de los españoles y en los tiempos de la captura de Atahualpa, de muchos lugares del imperio se enviaron expediciones con cargamentos de oro y plata para el rescate del inca, muchas de las cuales pasaron por estas tierras, aprovechando el lugar para descansar y aprovisionarse de víveres antes de subir hacia Cajamarca. Pero la sorprendente narración del cronista en “El Código de LLoc” revela que antes de seguir el viaje, llegó la trágica noticia de la inesperada ejecución y muerte de Atahualpa lo cual causó mucha indignación, miedo, estupor y desconcierto entre los indígenas, tomando la decisión de esconder varios cargamentos de utensilios, ornamentos, máscaras, collares y estatuillas de oro y plata en las cuatro cavernas construidas por el cacique hasta que llegaran mejores tiempos para el imperio. Como sabemos, eso nunca llegó y más bien los pocos indígenas que quedaron fueron asesinados sin piedad, perseguidos y sometidos por los conquistadores españoles, dejando el secreto enterrado en las cavernas y en el olvido de los años.
Otro aspecto que ha llamado la atención de los expertos en antropología es que en los mapas dibujados por el español se observa la ubicación detallada de los entierros marcados como criptas o lugares de culto, diversos códigos cifrados, enigmas numéricos, anotaciones incógnitas, dibujos reveladores, finas ilustraciones del paisaje, así como el trazo preciso de las rutas de acceso a cada escondite; las cuales visualmente forman un perfecto rombo trapezoidal que al centro lleva una frase escalofriante “Mortis. Ex Umbra in Solem” que en latín proféticamente significa “Muerte. De la sombra a la Luz” y que traducida al lenguaje popular diría algo así como “Muerte para aquellos que osen sacar el tesoro a la luz”.
Y cuentan que eso es precisamente lo que sucedió. Cuando se afincaron los españoles en estas tierras, nobles y poderosos hacendados de la dinastía castellana que vivieron en el valle y se enteraron de la fabulosa historia, organizaron una expedición de búsqueda del entierro dorado en la primera caverna ubicada en Cupisnique, contratando a un viejo y prestigioso caza-tesoros de origen irlandés que comandó a un grupo de veinte ambiciosos expedicionarios. Dicen que la experiencia no pudo ser más trágica y terrible. Al llegar al lugar indicado, el ambiente se nubló completamente, un viento insospechado levantó una polvareda ácida de color cenizo que envolvió a todos sin dejarlos ver ni respirar. En medio del infierno envenenado y al borde del caos, cayó del cielo una luz relampagueante acompañada de un poderoso estruendo que los ensordeció y no se supo más de nadie. Tal vez el espíritu de los guerreros antepasados volvió encarnado como si fueran guardianes eternos del tesoro. En el lugar solo han quedado vestigios de osamentas humanas calcinadas que hasta ahora se pueden ver semienterradas muy cerca de la piedra escrita. A partir de entonces todo quedó en secreto, nadie quiso hablar del tema, solo se conocieron chismes y vagas conjeturas relacionadas a los maleficios del preciado entierro. Pero nunca nadie habló de la existencia de “El Código de Lloc” hasta ahora que nos hemos enterado de su muy extraña desaparición. ¿Y quién pudo haberlo robado? ¿Quién conocía de su valor? ¿Por qué desapareció estando en custodia? No hay respuestas claras o más bien no hay ninguna respuesta, sólo rumores de lo que podría haber sucedido.
Unos dicen que durante la remodelación de la iglesia se encontró el viejo manuscrito, el cura le echó un ojo y sospechó que tenía algo grande entre manos. Se lo llevó subrepticiamente a Italia para examinarlo con expertos historiadores, comprobando su autenticidad y más aún quedando perplejos por la historia allí contada. Desde entonces, se lo ha visto en extrañas idas y venidas sin mayor explicación, prestándose a muchas suspicacias. Sin embargo, otros sampedranos al parecer bien informados, citan como responsables a un conocido coleccionista, a un miembro del museo, a un barbudo piurano y a integrantes de la casa de la cultura, debido a que ha trascendido la organización de sospechosas reuniones nocturnas con sesiones de brujería hasta el amanecer. Se afirma que hace poco en uno de los rituales celebrados por este grupo de conspiradores sobre las arenas del viejo pueblo, cerca a Puémape, sucedió un hecho paranormal. Era una noche de luna llena, la luz y el clima prometían, pero súbitamente en pleno rito todo oscureció, el ambiente se llenó de un insoportable olor a azufre quemado que producía dolor, un escalofrío fulminante recorrió los cuerpos de los presentes que quisieron huir despavoridos pero extrañamente no pudieron, lo impedía el inusitado magnetismo de un mundo oculto y encantado, nadie pudo moverse y comenzaron a sentir sus extremidades acalambradas con fuertes convulsiones. Dicen que el intenso poder magnético de la tierra era tan fuerte que el maestro brujo allí presente logró ponerse en cuclillas y vociferando lisuras quiso tomar su espada de acero que estaba sobre el manto de la mesada hechicera y no pudo levantarla ni un milímetro, parecía empernada al suelo y nada pudo hacer a pesar de la fuerza de sus poderes. La alucinante escena que parecía eterna sólo duro unos minutos, los nubarrones empezaron a disiparse entre los rayos rojizos de la luna, mientras todos sudorosos entre lo absurdo y lo irreal se miraban entre sí desconcertados, sin entender lo que pasaba, viendo asustados que sus cuerpos estaban bañados en cenizas y las ráfagas de frío viento arenado aún continuaba. No está claro el asunto, pero desde ese día a todos ellos se les ve caminar abrigados, presurosos, alterados, silenciosos y cabizbajos por las calles del pueblo. Pero como yo no creo en brujos, la trama que más me ha cautivado es la que dice que un reconocido catedrático sampedrano informado de la existencia de “El Código de LLoc” ha digitalizado electrónicamente todos los documentos existentes con el apoyo de historiadores especializados de la Pontificia Universidad Católica y han vendido el legado histórico a los expertos arqueólogos de la National Geographic para que inicien cuanto antes las sofisticadas exploraciones científicas de cada una de las tres criptas que aún se encuentran enterradas hasta develar el misterio de los históricos tesoros del inca y se conozca a nivel mundial el impensado hallazgo en plena ruta moche.
Ante la expectativa estamos advertidos, aunque hay elementos de leyenda, existen numerosos hechos verosímiles y creíbles para que las autoridades intervengan. Si esta conjura es cierta, pronto San Pedro de Lloc se llenará de exploradores gringos, excavaciones, gente extraña, flamantes millonarios, comisiones investigadoras y más chismes. Yo no creo en las historias llevadas por los tubos del chisme, las habladurías y las murmuraciones, pero entiendo que es una forma humana que usan algunos para no aburrirse, uniendo las situaciones reales con la imaginación. Me parece que el chisme es un desfogue de la conciencia, del que sabe algo importante y no puede contar la verdad por miedo o complicidad, así que recurren a la simplicidad del rumor y al dicen que dijo, para esparramar su historia de esquina en esquina, de calle en calle, de plaza en plaza. No le digan a nadie que yo se los conté.
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